viernes, 13 de noviembre de 2015

EL HERMANO PEDRO

En la ciudad de Antigua se recuerda a un personaje que vivió en ella hace tres siglos, el Hermano Pedro, descrito por su contemporáneo, el franciscano Fernando Espino, como de rostro aguileño, frente espaciosa, nariz afilada, barba aguda, ojos modestamente alegres, pelo castaño y rubio el de la barba .

Un grueso expediente de más de 30 centímetros de centenarios legajos, cubierto por una tela que aún conserva el sello eclesiástico y que se encuentra en el Archivo Arquidiocesano de la capital, guarda las historias de uno de los hombres más queridos de la ciudad de Santiago de Guatemala, Pedro de Bethancourt.
Pero el recuerdo de este personaje no se limita a viejos expedientes presentados para su elevación a los altares, su memoria se guarda y venera en los corazones de muchos guatemaltecos y extranjeros que le agradecen haber obtenido una gracia especial, generalmente la recuperación de una dolencia física.

Así es que, cuando el visitante penetra en el templo franciscano puede notar que la nave principal está casi vacía, mientras que la lateral cuenta con numerosas visitas, muchas candelas encendidas, gran cantidad de exvotos, placas y muestras de agradecimiento, justo en el sepulcro del que fuera el terciario más famoso. Ante tantas muestras de cariño, el visitante no puede dejar de preguntarse ¿quién fue? Su nombre completo era Pedro de San José de Bethancourt y nació en la isla de Tenerife, Canarias, en 1,626. Era hijo, según el cronista Francisco Vásquez, de Ana García y Amador Bethancourt González de la Rosa. Durante su niñez pudo ver la severa religiosidad de su padre, quien acostumbraba practicar ayunos y penitencias. Hasta la edad de 23 años fue pastor en su tierra natal y luego decidió emigrar a las Indias Occidentales, como se conocía entonces a América. Su primer destino fue La Habana, donde trabajó como tejedor. En 1651 llegó a la ciudad de Santiago de Guatemala, hoy Antigua, afectado por una enfermedad, por ello conoció el estado en que se encontraban los hospitales en la ciudad y vio que no existían lugares para que las personas, una vez curadas, pudieran recuperarse para volver a sus actividades productivas. Eso le impulsó a fundar una nueva orden religiosa, la de Betlehem, la primera establecida en las Indias.
Obras y amores
Para conseguir dinero con qué mantener a sus enfermos el Hermano Pedro salía a las calles con una campana repitiendo unas palabras que le hicieron famoso: Acordaos hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos .

La forma con que atendía a los convalecientes le hicieron célebre como alma generosa, personas de toda condición y origen étnico se beneficiaron de su labor que duró hasta su muerte, ocurrida en 1667. Incluso uno de los presidentes de la Audiencia, Sebastián Álvarez Alfonso Rosica de Caldas, murió en el Hospital de Belén. A Caldas se le seguía un proceso judicial por abuso de poder y corrupción.

Poco después de la muerte del Hermano Pedro sus seguidores iniciaron su proceso de canonización, aunque fue hasta 1980
cuando se le declaró beato.


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